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lunes, 19 de julio de 2010

Una saga de artículos sobre la fiesta del Muy Ilustre y Real Barrio de Santa Marina (León-España).






Fotos gentileza Blog/web Minube.com del Ramo al Pelayo de 2009, en "Puerta Castillo".
"Un poco caido de sus hombros".

TRIBUNA
«Poner el ramo al Pelayo»

Diario de León. 14/07/2007
Héctor-Luis Suárez Perez

EN NUESTRA ciudad, y tras el siglo XX, como ocurre en otras muchas de su entorno geográfico, pocas son las tradiciones vinculadas a cultos vegetales ancestrales que, a su vez y en relación con nuestro patrimonio costumbrista local, han logrado sobrevivir al desuso y el olvido. Manifestaciones éstas que, además, algunas ya en su día oportunamente habían mutado, tornando en urbanos arcaicos vestigios propios de un entorno rural natural. La provincia y la propia capital, como numerosos territorios del noroeste ibérico, han mantenido a lo largo del calendario y ciclo anual múltiples restos correspondientes a este tipo de manifestaciones, presentándose bajo diversos formatos y significados en cada contexto, muchos otrora cristianizados. Véanse brevemente varios ejemplos.

Comencemos su desglose por hacer mención de algunos ramos tradicionales, dotados como manda la costumbre de elementos vegetales para su adorno. Ramos que con posterioridad a su factura son ofrecidos y cantados a lo largo del año por todas nuestras comarcas. Es curioso destacar que persiste en Cea la costumbre de realizar todavía uno íntegramente vegetal, presentado sin bastidor de carpintero, que es protagonizado por los quintos y quintas todos los años como ofrenda cantada el día de la Candelaria. Otro ejemplo genérico lo constituye, en relación con las bodas, el tradicional adorno con enramadas de los pórticos de las iglesias. Así como el de los portales de los domicilios de novio y novia, además del propio «rastro» de paja, tendido en el itinerario comprendido entre la iglesia y ambas casas. Por no olvidar además el embellecimiento vegetal de carros, sillas y mesas de banquete, etc. según la costumbre de cada pueblo o comarca, e incluso de la misma capital. Representan otra expresión en esta línea los pequeños arcos vegetales que portan algunas mozas en procesiones de romerías como la Virgen del Villar, en Carrizo de la Ribera, o en el cortejo capitalino de las cantaderas, por mencionar alguna. Algo parecido también tenía lugar en ceremonias, hoy menos habituales, como eran las de la celebración «del cantamisa», o ingreso al sacerdocio de un hijo del pueblo. Durante su vertiente profana y festiva éste era obligado por sus vecinos, familiares y amigos a sentarse en gestatoria silla enramada.

Justo es mencionar que algo similar también se verifica en los contenidos de las canciones pertenecientes al repertorio de la novia, entre otras celebraciones, en las bodas maragatas. Pero, a todo ello hay que añadir que, bien delante de la iglesia o de la casa natal del religioso, era costumbre que los mozos pinasen un mayo honorífico, con el chopo mas esbelto del contorno comunal.

El último en el barrio de Santa Marina en esta línea se realizó allá por los años sesenta en los aledaños de la calle de la Hoz. Otro tipo de ramos, ajenos al culto religioso aunque frondosos y cuajados de lazos o adornos, eran y todavía continúan siendo llegada la primavera y en especial en muchos pueblos durante la noche de San Juan, los que los quintos del año, con nocturnidad y secreto, ponían a sus novias o a las quintas, sujetos a sus balcones, puertas o cornisas. Igualmente, el concluir la puesta del techo o tejado a una nueva construcción, aún implica la colocación del ramo. Consiste en este caso en una simple y frondosa rama, a veces acompañada de una bandera, dispuestas en lo mas alto, que implican la consabida invitación a un ágape a los amigos, vecinos y familiares, a modo de celebración. Por su parte y bien con la llegada del mes de mayo, en muchos lugares de la provincia, como entre otros ya recoge Cayetano Bardón a fines del XIX en sus celebérrimos Cuentos en Dialecto Leonés relativos a tierras orbigueñas, se pinaba el árbol pelado conocido como el mayo, ya aludido anteriormente en su otra modalidad vinculada al homenaje al nuevo sacerdote local, conocido como misacanto o misacantano. Mayo que en algunos lugares, como tradicionalmente ocurre cada año en varios pueblos del entorno de las riberas bañezanas del Jamúz, se dota de un pelele de paja de perfil antropomórfico.

Tras el mes de mayo, viene la festividad del Corpus y muchos de los lectores seguro que recuerdan como eran tapizados los pavimentos de los respectivos recorridos procesionales a base de espadañas, tomillos, retamas y otras hierbas aromáticas. Esto sucedía incluso en nuestro vecino barrio de San Martín para el Corpus Chico de Minerva. Pétalos de los niños de comunión, arcos en el recorrido, altares floridos, o ramas apoyadas en las paredes del mismo recorrido sacramental, e incluso alfombras vegetales, nos obligan, por razones de espacio, a cerrar esta pequeña aunque incompleta panorámica. Como colofón hay que añadir que, desde tiempos romanos, como entre otros vestigios nos muestra la arquitectura, las guirnaldas y enramadas vegetales han flanqueado jubilosas tanto los desafiantes arcos de triunfo, destinados a perdurar en el tiempo por su factura en piedra, como sus homónimos de carácter efímero. Es el caso de los que en su día se erigieran provisionalmente, por ejemplo, en Ordoño II y durante el siglo XX, en honor del rey Alfonso XIII o del general Franco, con motivo de algunas de sus visitas a esta localidad.

Pero todo este preámbulo halla su justificación en subrayar la fortuna de la que ha disfrutado nuestra ciudad, al haber podido conservar vivo hasta los años sesenta del pasado siglo, un vestigio relativo a dicha tradición festiva y vegetal de las enramadas de monumentos. Me refiero a la puesta del ramo del Pelayo. Costumbre que efímeramente fue retomada desde 1980 hasta 1985 por algunos mozos del barrio, entre los que en su día me encontré, y que para satisfacción de muchos, resurgirá en la actual edición festiva del barrio de Santa Marina. Eso sí, gracias al hecho de habers e recuperado meses atrás la imagen del «Pelayo» coronando el arco. Por cierto, flamantemente restaurada por nuestro querido Valentín Yugueros.

Sobre este asunto y para llevarlo a efecto del modo óptimo, quizá de cara a próximas ediciones, habrá que estudiar como conjugar procederes y maneras dictadas por la tradición y escrupulosísimas intervenciones respetuosas con la legislación vigente sobre la protección del patrimonio histórico-artístico y la del patrimonio natural y medio ambiente. Pero, aunque como resulta lógico y obvio por lo dicho, en la actualidad y a diferencia de antaño ya no se debe consentir el trepar anárquicamente al arco a una tropa de «alegres» mozos portando «a pelo» dieciséis o dieciocho metros de enramada. Enramada mas o menos gruesa y destinada, tras ser paseada a bombo y platillo cívica y procesionalmente por las calles del barrio, a coronar la entrañable imagen «del Pelayo» y los dos pináculos que la flanquean. Monolitos ambos que a la par eran dotados de sendas banderas de León y España. Y sin olvidar el bajar la espada del guerrero en señal de tregua, mientras se tiraban cohetes desde esa altura y entonábamos con los de abajo el «Somos de Santa Marina¿», como preámbulo a la hoguera, el enorme «mazapán de mas huevos», el arroz con leche, la queimada y el chocolate, la carrera de la rosca, las verbenas¿ Por esto, hay que felicitar y alentar a la Asociación de Vecinos del barrio de Santa Marina, así como a todos los vecinos en general, por que, entre otras iniciativas, se halla hecho el esfuerzo de contribuir a la recuperación de una tradición que forma parte de nuestro innegable patrimonio inmaterial y costumbrista relativo al género de manifestaciones vegetales expuestas.


Portada libro sobre la Parroquia de Sta. Marina La Real de León (España) de Taurino Burón. Gentileza de Diario de León 18 Jul 2003. Aparece en esta antigua foto la espada puesta hacia abajo en señal de tregua por las fiestas. Las festas pasaban y se tiraba el Pelayo con la espada baja hasta que volvían a subir los mozos.




TRIBUNA
Diario de LEÓN. 18/07/2008. Héctor-Luis Suárez Pérez.
"¡Hoguera por Santa Marina!"


Un año más llegamos al ecuador del séptimo mes y con él, la ancestral celebración de las populares fiestas del castizo, Muy Ilustre y Real Barrio de Santa Marina, de la capital legionense. Una cronología anual ésta que, en relación con la devoción a dicha Santa, antaño y en el entorno rural de nuestras comarcas, se ubicaba espacialmente en el calendario del lenguaje coloquial a través de expresiones como «por Santa Marina» o «por Santiago».

Pero, en primer lugar aclaremos ¿quién era Santa Marina? La joven Marina, con su cacha y su palma de mártir, iconográficamente es conocida también como «la San Miguel femenina» al presentar alegóricamente bajo sus pies un dragón. Fue hija del gobernador romano de Galaecia y Lusitania. Nació en el siglo II, según algunos cerca de Pontevedra y según otros, en el orensano Xinzo de Limia. Cobró vida fruto de un parto múltiple que atemorizó a su propia madre, ante los posibles malentendidos de ilegitimidad que tal circunstancia pudieran ocasionarle. Tal miedo la llevó a encomendar el destino de varias de estas hermanas a una de sus criadas para así procurar su supervivencia. La criada las educaría como cristianas. Pasado el tiempo su padre, enterado de su existencia, les ofreció su aceptación oficial -matrimonio, según otras fuentes- si abjuraban del cristianismo. Ante la negativa, la joven Marina y sus hermanas fueron sometidas a tormentos a los que milagrosamente sobrevivieron, ante lo cual a nuestra protagonista le sería cortada finalmente la cabeza. Según la tradición esto ocurrió en la actual localidad orensana de Santa Marina de Aguas Santas, cercana a Allariz, así nominada por haber surgido un manantial en el lugar donde la joven fue decapitada. Un lugar donde hoy se alza un templo de origen románico dedicado a ella. Por ello, hablar de esta arcaica festividad indefectiblemente nos lleva a recordar que muchos son los puntos de nuestra provincia sensibles a dicha devoción, entroncada en el medievo mas lejano.

En el caso capitalino, ello se demuestra por medio de la existencia de este entrañable barrio, geográficamente vinculado a parte del perímetro campamental romano y medieval primitivo. No obstante, en la provincia no es menos conocida y así por ejemplo, los coyantinos de pro, todavía recuerdan su advocación gracias a la imagen de su popular «Cristo de Sta. Marina», venerada talla oriunda de la desaparecida iglesia de tal denominación. Un lugar donde como en la capital se hacía hoguera en esta festividad. Otras localidades provinciales ostentan igualmente su patronímico como denominación local. Es el caso de la orbigueña Santa Marina del Rey o de Santa Marina de Valdeón, en el cantábrico y famoso valle, por no olvidar a Santa Marina del Sil, en la berciana ribera de dicho río. También en el minero Bierzo Alto se halla Santa Marina de Torre, antaño Santa Marina de Montes y, no lejana, al otro lado de los montes, está la maragata Santa Marina de Somoza, antaño documentada como Santa Marinica de Turienzo, asomada casi al borde del camino jacobeo. Por no olvidar a la propia Santa Marinica, aguas abajo del Órbigo y aunque próxima al mismo, sita ya en el altiplano de la comarca del Páramo. Sin obviar la mención de varios lugares que la tienen por fiesta patronal, como por ejemplo Igüeña, también en el Bierzo Alto, o el pueblo maragato de Luyego, que celebra Santa Marina el primer sábado de mayo.

Curiosamente, en lejanos territorios sureños, otrora colonizados por nuestros antepasados, también encontramos rasgos de esta devoción y de esta fiesta patronal. En concreto en la Sierra de Aracena, entre Huelva y Badajoz y en lugares como Cañaveral de León, también aparece la parroquia de Santa Marina Mártir. Pero recordemos igualmente que del S XIII es el gótico templo de Santa Marina de Sevilla, uno de los primeros tras la conquista cristiana. Como también lo es su homónimo cordobés: Santa Marina de Aguas, probablemente así sobrenombrada en recuerdo de las tres fuentes que manaron en el lugar de martirio de la Santa. De fundación en el mismo S XIII y por auspicio del Rey Fernando III El Santo, dicho templo de Santa Marina, como en León, nomina uno de los barrios más antiguos de la ciudad califal. El cordobés pueblo de Fernán Núñez posee también otro ejemplo similar, pues su templo actual del XVIII sustituye al primitivo del XIII. En la provincia de Jaén, hay una localidad así denominada, como también en la de Salamanca y en varios territorios asturianos y gallegos, que tienen otro tipo de emplazamientos con este nombre, como ocurre en Ribadesella con la playa de Santa Marina. Muchos de ellos, celebran sus fiestas patronales coincidiendo asimismo con esta fecha del 18 de Julio. Es el caso de Xinzo de Limia.

En León tenemos nuestras fiestas de Santa Marina y afortunadamente, tras años sin celebración, podemos de nuevo disfrutar de las mismas gracias al empuje y abnegada labor de la asociación de vecinos y su universitaria cabeza visible Hermenegildo, ayudada por otros socios, vecinos y colectivos como la cofradía del Desenclavo, también del Barrio, así como en esta ocasión también con la colaboración de la asociación de hosteleros de nuestro barrio, y esperemos que además con el correspondiente apoyo municipal.

El pasado año, muy acertadamente, se recuperó la tradición del enramado «del Pelayo», relacionada con arcaicos cultos vegetales, y año tras año irá adaptándose y mejorándose en su realización uniendo tradición y nuevas realidades de toda índole. Este año y en relación con estas tradiciones ancestrales, probablemente no sería difícil rescatar la famosa «hoguera de Santa Marina», donde cada vecino contribuía echando como combustible trastos viejos, con todo lo que conllevaba tal acción a nivel de interpretación simbólica y antropológica.

Una hoguera que se encendía en el Espolón o en la «era del moro», cerca de la presa y del mítico «Molino Sidrón» -cuyo edificio por fortuna todavía se conserva como algo único en el casco urbano y esperemos que por tiempo, aunque muchos todavía desconozcan su existencia-. Como digo una hoguera que, allá a principios del XX, según el alcalde Eguiagaray Pallarés, año tras año rivalizaba en dimensiones y popularidad en nuestra ciudad con su otra célebre competidora: la de Santa Ana.

Pero, si no es para estas fiestas, sin duda lo será para otra entarroz con lecheusiasta edición, como también lo serán la distribución del típico , ¿», por mencionar «la carrera de la rosca» en Puerta Castillo, o el enorme >«mazapán de más huevosalgunas. Felices fiestas a todos los nacidos, «criaos» y actuales vecinos del barrio. Gracias a la comisión, colaboradores y patrocinadores. Y que, además de este año, el que viene una vez mas todos podamos cantar también codo con codo el tradicional «Somos de Santa Marina, la gente más fina que habita en León¿».




Antigua foto del Arco de la Carcel o "Puerta Castillo", en el momento de la demolición de los cubos del fondo. Fines S XIX arranque XX. Foto gentileza del blog el internauta de León.

Tradición y orgullo de barrio:Santa Marina.
Tribuna. Diario de León, 19/07/2009.
Héctor-Luis Suárez Pérez. Musicólogo.



Antes que nada, quisiera resaltar a través de este artículo como todavía en la actualidad la celebración de la fiesta de barrio constituye un importante hecho de notable interés para el etnógrafo y el antropólogo, planteado desde múltiples perspectivas. Al tratarse de una manifesta ción lúdico-social, fruto de un sentimiento y trabajo colectivos y además, caracterizada por su marcado vínculo a un grupo vecinal concreto, su desarrollo genera actividades peculiares que contribuyen a reforzar ese atractivo interés. Y lo hacen tanto por su singularidad en el diseño, hecho diferencial que las caracteriza y distingue frente a otras similares, obra de otros grupos locales, como también inevitablemente, lo hacen en base al desarrollo de los aspectos vivenciales compartidos que desencadenan y que refuerzan los lazos afectivos entre sus protagonistas.

Pues bien, un año más, con el ecuador del verano, el cálido mes de julio acerca la fiesta al Barrio de Santa Marina. Castizo y singular, su angosto espacio físico representa uno de esos pocos reductos de nuestra vieja capital que continúa manteniendo vivo entre muchos vecinos y leoneses ese peculiar y entrañable orgullo de pertenencia al mismo. Sentimiento cu asi tribal que, misteriosame nte en nuestra contemporaneidad, todavía allí se siente y palpa vivo como honorífico marchamo de estirpe. Un blasón vigente tanto entre muchos de sus actuales moradores, como por supuesto y por tradición, entre los que en su día lo fueron, allí nacieron y se criaron. Vamos, que con ello nos hallamos ante lo que, en términos técnicos, el profesional del ramo de antropología o de las ciencias sociales valoraría como un aspecto vinculado al «grado de adscripción étnica» de un grupo social. Concepto éste clara y castizamente ejemplificado a través de aquella voz popular que canta: «Somos de Santa Marina, la gente más fina que habita en León-¦».

Pues bien, precisamente para el erudito, uno de los marcadores de este tangible «nivel de relevancia social» despertado por tan «identitario» asunto, se fundamentaría en dos diferentes modos de manifestarse. Uno representado por la aludida característica de afirmación en el sentimiento colectivo de «orgullo patrio». Otro, planteado como consecuencia directa del aspecto anterior, que atiende al hecho por el cual, en la actualidad, algunos entusiastas vecinos del barrio todavía sean capaces de promover y mantener vivas iniciativas y acontecimientos colectivos tradicionales importantes, propios de comportamientos vitales hoy en desuso en entornos urbanos y consiguiendo cierto grado de continuidad.

Por tanto, frente a una realidad tradicional bien distinta no muy lejana en el tiempo y repleta de eventos d e este tipo -fiestas de Santa Ana, de San Mamés, de San Lorenzo-¦ -, y en la actualidad ante su escasez dentro de nuestra ciudad, las fiestas del Barrio de Santa Marina constituyen una auténtica reliquia de celebración vecinal. Una realidad casi sublime para el investigador de las tradiciones populares locales, que además surge desde la iniciativa popular y no desde la institucional, en una ciudad de complicado perfil socio-participativo como es el León de nuestros tiempos. Por ello, vaya un año mas desde aquí mi enhorabuena y el aliento a los organizadores, su Asociación de Vecinos del Barrio, con su presidente Hermenegildo a la cabeza, extensiva también a todos los vecinos en general, a los participantes, activos o pasivos y a los colaboradores tradicionales, como son la Cofradía del Desenclavo o la Asociación de Hosteleros del Romántico, los patrocinadores publicitarios y también al personal colaborador del Ayuntamiento, por hacer bien su trabajo en relación al evento. E incluso también como no, a quienes participen de la fiesta o lean estas líneas y después «comenten la jugada» . Entre todos lograrán que no decaiga la ilusión y que no se interrumpa el natural discurrir festivo anual.

Y expuesto esto, vamos a lo vivencial afirmando que Santa Marina continúa siendo un barrio jaranero por naturaleza, con su centro del jolgorio en la actualidad desplazado hacia las zonas de Torres de Omaña y el romántico Parque del Cid. Gracias a este sentimiento festivo un año mas el Santo Niño Pelayo, martirizado en Córdoba -que no el regio Don Pelayo bastante anterior, como equivocadamente rebautizan algunos despistados - volverá a adornarse con su verde y elegante ramo. Un ramo que, siguiendo un operativo actualizado, hoy en día literalmente resulta «puesto por el Ayuntamiento» y sus técnicos, lógicos sustitutos de los arriesgados mozos trepadores del barrio de antaño.

En aquellos tiempos, la subida a lo alto del Arco implicaba también consigo el ascenso a cuestas de la pesada enramada y las banderas de León y España, sin olvidar el cohete que, ya desde arriba, tirábamos al terminar el adorno. Su explosión marcaba el inicio de la fiesta, momento provocador del aplauso general de los asistentes e inicio oficial del jolgorio. Pero el operativo citado no quedaba en el mero adorno vegetal ancestral, ya que se completaba de otro rito consistente en poner hacia abajo la espada de la pétrea y erosionada mano de nuestro santo niño guerrero, en señal de tregua.

El Arco quedaba de la guisa descrita durante unos días y hasta el final de las celebraciones, momento triste en que regresábamos, también ceremonialmente, para retirar todos los archiperres. Acto seguido, ya en el cercano corralón de San Albito, procedíamos a quemar la descendida y seca enramada en la hoguera tradicional de la noche de cierre de las fiestas de Santa Marina. Era este un acto muy familiar y vecinal, numéricamente no muy concurrido, que se desarrollaba alrededor del canto y baile, del chocolate y la queimada. El broche lo ponía el canto del «Somos de Santa Marina», despidiendo las últimas brasas. Con la quema del ramo se cerraba el ciclo de este ancestral rito vegetal hasta una nueva edición. Así había sido siempre. Leoneses y vecinos: >¡Viva Santa Marina!



Santa Marina:
«La fiesta de barrio con más huevos»


Tribuna.Diario de León, 18/07/2010.
Héctor-Luis Suárez Pérez. Musicólogo y en su día «mozo del barrio».


Comenzó la primera de las últimas y recientes etapas de puesta en valor o recuperación de las castizas fiestas del Barrio de Santa Marina en la primavera de 1980. Todo se debió a la iniciativa del entonces párroco de Sta. Marina «La Real», D. José María Barrero, cariñosamente conocido como «el Chema» por quienes conformábamos la juventud parroquial de aquel entonces. Su ocurrencia implicaba un pensado modus operandi de «personalísima intervención pastoral parroquial».

Éste se manifestaba a través de la organización de algún tipo de sencillo y participativo festejo popular de honra a nuestra querida y gallega patrona su aparentemente inocente planteamiento original, la propuesta debía de servir tanto de aglutinante como de revulsivo social y religioso de su parroquia y por tanto del barrio incluido en ella. Un antañón conjunto éste, sito en el mismo centro de la ciudad y mutado por el paso del tiempo en la compleja configuración social que manifestaba en aquellos controvertidos tiempos de cambio. Arrancó el proyecto tras quince o dieciocho años de letargo festivo forzados por tal complejidad vecinal, el envejecimiento o la inactividad y falta de iniciativa moceril festiva. Tímidamente, planteado «a título parroquial» y a modo de prueba, casi sin tiempo para su gestión, el bueno de Don José María se puso manos a la obra. Con una fórmula tan vieja como eficaz, su estrategia se esbozó correcta e intuitivamente desde planteamientos puramente antropológicos heredados de la costumbre. Los mismos giraron en torno al fomento del refuerzo identitario colectivo, a partir de la participación en una empresa común - en éste caso, provocada por la puesta en valor, dignificación y rescate de la tradición festiva patronal propia, perdida por la comunidad-. No malició el promotor las consecuencias en el paisanaje de su en apariencia inocente «tejemaneje» y por tanto, el resultado resultó un revulsivo, sí, aunque no totalmente en la línea que el clérigo pretendía.

Pero a pesar de la escasa publicidad, el proyecto parroquial quedó al albur de la severa y crítica observación del sorprendido, siempre bueno y como se ha dicho, controvertido vecindario. Conjunto humano castizamente concienciado sobre el tema, además de auto considerado ferviente portador vivencial de la ortodoxia en la tradición festiva al respecto. Por tanto y como si de una obra de Berlanga o un episodio de «Don Camilo» se tratase, la polémica quedó servida para algunos sectores y el tema se abrió al cómico debate surrealista en los naturales y convenientes foros de costumbre. Es decir, para los varones la barra de bares o tabernas y para las señoras, superada la época del caño y el lavadero, el mostrador de panaderías, tiendas de ultramarinos, etc. Sin resolver nada finalmente, como también es costumbre, antes y después de la celebración, los polemistas «se pusieron las botas» a opinar y debatir de modo cósmico, activa y acaloradamente asuntos como la esencia de la fiesta del barrio, la licitud y conveniencia del protagonismo del párroco, el color clarete del vino-¦, las carencias, novedades y aciertos del programa frente a tiempos pasados, así como lo que más se echó de menos: «el ramo del Pelayo», «la carrera de la rosca», «la hoguera», etcétera. Recuérdese que, como ya comenté en algún artículo precedente, «ser de Santa Marina» era y es para muchos de sus moradores o nacidos en él - entre los que, si se me permite, me incluyo- un honroso blasón de marcado sentido de adscripción grupal en la tradición local capitalina. Sentimiento compartido por otros barrios históricos.

Pues bien, en medio de tan prototípica panorámica general «a la leonesa» y con «oídos sordos» a la misma, varias fueron las particulares ideas de Don José para salvar la ocasión. Así, con el soporte logístico y humano de «los monaguillos» y de los integrantes de los grupos de jóvenes parroquiales, el también controvertido clérigo de sotana diseñó un sencillo conjunto de actos alrededor de la vespertina Misa Mayor del sábado. Actos que, finalmente y de modo casi súbito para esa edición festiva, verían su materialización a través de un flamante, sorprendente y esperado programa de fiestas, a la par que breve. Eso sí, por supuesto, carente en sus contenidos de baile y de otros inevitables actos tradicionales «sospechosos de promover agresiones a la moral y faltas de recato». Trasnochados argumentos para hoy que entonces «pesaban mucho».

Para hacer realidad dicho programa festivo varios entusiasmados adolescentes parroquiales editamos un naif programa de fiestas. Artesanal en su factura a multicopista, resultó de edición más que correcta gracias a la impagable colaboración de los PP. Agustinos y en concreto a la paciencia del entonces joven y montañero P. Isaac Insunza. Se presentaba dotado de escasa publicidad y en formato a tamaño folio, a una tinta sobre hojas de colores, que le aportaban variedad. El «programa azul», sorprendió a los parroquianos y se repartió por todos sus domicilios para, como era costumbre, obtener las oportunas propinas paliativas del gasto. Su contenido se desglosaba enfocado a recuperar y poner en valor varias tradiciones del barrio, algunas de índole gastronómica y relativas también a festividades de Santa Marina provinciales. Entre ellas el reparto de la apañada y efectiva «limonada leonesa», bien fresquina, y el de «arroz con leche», ofrecido por varias vecinas y típico en algunas mesas como postre del día de Santa Marina. Pero al buen párroco, el conjunto todavía le parecía poco original y no se le ocurrió otra cosa para salir de la rutina que ofrecer a la patrona algo que llamase la atención de todos: un enorme mazapán. Postre argumentado en la usanza de un pueblo de la provincia vinculado en su historia medieval a las posesiones del desaparecido y otrora poderoso Monasterio de Santa Marina, antecesor de esta parroquia.

La simpática novedad y «embolao» del cura retó la capacidad profesional del maestro pastelero Campazas, de San Mamés, gracias a quien ¡cobró vida el mazapán!. Eso sí, no falto de problemillas como la realización del propio molde o los emanados de la responsabilidad que de su buen oficio demandaban el diseño, las dimensiones y un rico resultado. Algo que, por cierto, logró de modo magnífico, pues muchos recordamos todavía su reparto... Parecía incomprensible que la troceada multitud de esponjosos pedazos del enorme dulce - unas mil raciones -, desapareciera en tiempo record.

Conseguida la colosal obra repostera, para dar juego al evento y procurar su difusión, ocurriósele al buen párroco acompañarla de un sonoro y festivo paseo previo a la misa. Así, a modo de sorollesca «procesión de los panes» en los murales de la Hispanic Society de New York, perjeñó el asunto, aunque portando el roscón en parihuela, sin pendones - recuperación que también rondó su iniciativa, pues se conservaba la vara- y sin imagen patronal, ni cruz y ciriales. De tal guisa, en una soleada tarde de julio, cobró realidad el planteamiento acompañado con los machacones sones del reclamo heráldico de una improvisada y voluntaria banda de cornetas y tambores. Integrada por componentes y excomponentes de la Banda de Minerva oriundos del barrio, con instrumentos cedidos por su entonces seise, el inolvidable «Oscarín Trobajo».

Durante el cortejo por las calles próximas a la parroquia, el enorme presente resultó acompañado inesperada y espontáneamente por algunos vecinos. A título de anécdota, varios vecinos, desorientados por la novedad, la falta de propaganda y ante la ausencia de cruz y ciriales, recibieron el evento como si de un festivo e idolatra acto pagano de exaltación popular del gran «roscón» se tratase y no como improvisada presentación de ofrenda para su oportuna bendición en la misa posterior, tal y como pretendía el inocente D. José María. Eso sí, previa también a su cristiano reparto siguiendo el criterio de «cucharón y paso atrás».

No resulta extraño que, ante tan excepcional e inesperado acontecimiento, en un barrio castizo como éste, la ironía popular no se hiciera esperar, surgiendo el chascarrillo de modo espontáneo. Así y derivado de las detalladas explicaciones numéricas a propósito de los ingredientes del enorme roscón, por las que el honrado pastelero indicaba que tenía más de dos mil huevos, se generó aquello de que Santa Marina era «el barrio que tenía más huevos-¦ para hacer y procesionar un mazapán».

La participación vecinal y los comentarios que los mayores nos hacían, dieron pie a que el año siguiente los mozos formásemos una comisión y rehiciéramos la fiesta ya con todas sus peculiaridades tradicionales naturales, incluido el novedoso mazapán -¦ «de los huevos». Un roscón que no dejó de traer p olémica pues el buen párroco, un año más tarde y debido a nuestra inclusión del baile, no accedió a dejarnos «sus» moldes a los mozos para su elaboración ni a celebrar la misa.

Por razones de espacio no se publicó este último párrafo. Algo opotuno pues, la Asociación de vecinos en este año no ha podido ofrecer ningún acto al vecindario:

...los mozos para su elaboración ni a celebrar la misa y... Pero, esto se lo contaré el año que viene en esta saga de artículos que recoge también en Semana Santa la revista de mi Cofradía del Sto. Cristo del Desenclavo, radicada en la parroquia, en los que reitero mi apoyo y consideración a los organizadores y miembros de la asociación vecinal. Leoneses y vecinos del Barrio, “la gente más fina que habita en León”, un año más: ¡Viva Santa Marina! y que en “la enramada del Pelayo”, “la hoguera”, “la chocolatada” y demás actos cantemos juntos el “Somos de Santa Marina”…