Un solar que es el mismo en que, años más tarde y hasta su actual situación musealizada —de arqueológica orientación romana—, se han mantenido ocultas y olvidadas las mencionadas ruinas bajo el tapiz de una frondosa huerta anexa donde alguna «enramada del Pelayo» hicimos «los mozos». Vergel con umbríos nogales que completaba el espacio de la hoy llamada «Casona» de Puerta Castillo y, hasta inicios del XIX, Casa de niños expósitos. Adquirida a su propietario eclesial por la familia Sierra Pambley en el XIX recayó en su descendiente Dª Catalina Fernández Llamazares —biznieta de la primera mujer banquera en España, y casada con el escultor Víctor de los Ríos, a quien, equivocadamente, muchos han atribuido esta propiedad—. Variopinto edificio que, en el último cuarto del XX, ubicó el sindicato CNT y la Asociación Club Cultural y Amigos de la Naturaleza CCAN. Inolvidable foro y popular café-ambigú, cobijo de tertulias alrededor de las vanguardias artísticas y de pensamiento del momento. Por todo ¡Viva Santa Marina y su Fiesta!
Lugar monográfico sobre el tema, administrado por el autor donde se hace alusión a esta entrada
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Santa Marina: cátedra y solar de las ciencias y las letras leonesas y lugar de origen de su universidad
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 15/07/2017
Héctor-Luis Suárez Pérez
Profesor y antaño "mozo del barrio".
http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/santa-marina-catedra-solar-ciencias-letras-leonesas-lugar-origen-universidad_1174676.html
Hasta que la expansión urbana acaecida a lo largo del siglo XX
propició en la ciudad de León nuevos espacios urbanos para la ubicación
del saber y su docencia, el barrio de Santa Marina ha constituido un
constante entorno de acogida. Circunstancia que durante mucho tiempo y
todavía en la actualidad, se pone de manifiesto con diferencia
cuantitativa sobre otras zonas de la ciudad. A ello se ha debido el
amplio, variado y notorio elenco de centros educativos y templos del
saber que han albergado o albergan su solar en tan arcaico territorio.
En
un desglose de conjunto es obligado el inicio con la mención de
Colegiata y Basílica de San Isidoro. Cenobio religioso, artístico y del
saber referencial desde la Edad Media —no solo en el Reino de León y su
capital—, que custodia una otrora referencial y bien dotada biblioteca. A
la par, ha sido lugar de aprendizaje y morada de prestigiosos eruditos:
desde el medieval Santo Martino hasta recientes abades como Llamazares o
Viñayo y en sus muros se han ubicado todo género de centros educativos
del más alto rango investigador. Entre otros, durante algún tiempo, el
internacionalmente prestigioso Instituto Bíblico Oriental. Asimismo, a
lo largo de la década de los setenta del siglo XX —hasta la
constitución de la Facultad de Derecho y construcción de su actual
edificio en el campus—, en San Isidoro halló sitio para sus aulas
primero la Escuela de San Raimundo de Peñafort y más tarde la propia
facultad. Como de igual modo ocurriera con el Colegio Universitario,
directo antecesor de la Universidad de León. Significada institución
docente que, en sus años de su arranque —a fines de la década de los
setenta y primeros ochenta del siglo XX—, ubicó su Aula Magna también en
dependencias isidorianas.
Pero otros lugares del barrio de Santa
Marina han sido cobijo asimismo de la realidad universitaria en la
capital leonesa durante largo tiempo. Por ejemplo, en terrenos casi
colindantes a San Isidoro, inició tanto su trayectoria docente como la
tradición universitaria leonesa la prestigiosa Escuela Veterinaria. Un
centro que nació vinculado a la Universidad de Santiago de Compostela y
que, desde 1860 a 1932, así como desde 1940 a 1947, halló lugar para su
sede y aulas en las dependencias del antiguo y desamortizado convento de
los Descalzos y en su capilla anexa, contigua a Puerta Castillo.
Edificio que, a finales del siglo XX, vio sustituida su fábrica monacal
por otra de moderna factura que, desde hace más de medio siglo, ha
pasado a albergar el Instituto Nacional de Bachillerato Legio VII.
Durante
buena parte del siglo XX y hasta su traslado al no lejano campus de
Vegazana en el siglo XXI, en la calle Álvaro López Núñez y en los
límites de la demarcación parroquial se erigió la Escuela Normal de
Magisterio. Su singular edificio de ladrillo pasó entonces a
convertirse, como en el caso anterior, en Instituto Nacional de
Enseñanza Media, en concreto el Claudio Sánchez Albornoz. Una
institución para la formación de docentes que, ya en los años treinta
del mismo siglo XX, tiene su antecesor en la Escuela Normal de
Maestras. Centro que se ubicaba al principio de la calle Serranos en un
singular edificio de ladrillo, hoy desaparecido, y que, traslada la
escuela a la Normal, pasó a ser sede de las municipales Escuelas de
Ponce (de León), de niñas y niños.
Otro hito de formación
académica universitaria y antecesor de la Facultad de Ciencias
Económicas y Empresariales fue, desde el siglo XIX y en la primera mitad
del XX, La Escuela Pericial de Comercio, ubicada en la calle Pablo
Flórez, contigua al centro de maestras referido. Muy próxima, desde 1961
halló también espacio en las calles Arvejal y La Canóniga Vieja, la
Escuela de Asistentes Sociales, hoy Escuela Universitaria de Trabajo
Social. Una de las pioneras a nivel nacional en su ámbito, como ya
hubiera ocurrido en su día en el caso de Veterinaria, que es además sede
de la comunidad religiosa conocida como ‘las italianas’. Este centro se
ubicó en un edificio cuya artística fábrica recuperó fragmentos
patrimoniales arquitectónicos ubicados antes en otras zonas del barrio.
En concreto, algunos elementos de la portada antecesora del actual
colegio de Las Discípulas, que no se destinaron a San Isidoro como
fachada del edificio sede del San Raimundo citado.
Hasta finales
del siglo XVIII en este real, nobiliario e ilustre barrio de Santa
Marina estuvo muy activo el importante colegio jesuita de San Miguel y
Santos Ángeles. Amplia dependencia donde, entre otros, residió el
ilustrado Padre Isla y estudió el celebérrimo Cardenal Lorenzana. Un
centro formativo que, tras la expulsión de España de la orden jesuita,
pasó a ser ocupado por otro referente de la docencia religiosa: las
Escuelas Pías. Precisamente es tras dicho suceso cuando su capilla pasó a
albergar la ubicación de la sede parroquial, renombrándose el templo
como parroquia de Santa Marina la Real, denominación y función hasta hoy
mantenidas.
Para concluir, no olvidaremos mención de otros
centros docentes, por ejemplo el primer colegio Agustino local, sito en
la plaza de San Pelayo y colindante con el actual colegio de las
Teresianas que, a su vez, en su fachada a la calle Pablo Flórez tiene en
frente el colegio de las Discípulas de Jesús y el decimonónico centro
formativo de la Sociedad de Amigos del País, hoy Escuela de Artes y
Oficios. Éste último, en su día importante centro formativo ilustrado y
origen de la Caja de Ahorros, une y amplía sus instalaciones con otras
modernas —al otro lado de la manzana— en calle de la ‘Canóniga Vieja’,
zona que pertenece ya a la parroquia de San Juan de Regla y donde desde
mediados de los setenta se ubicaron la Escuela de Biológicas y el
Colegio Universitario, luego Escuela Oficial de Idiomas. Tampoco
olvidemos que la institución ilustrada Amigos del País, ya desde el
siglo XIX, albergó escuelas propias de música y de artes pioneras en la
ciudad.
Además existen o han existido diversos colegios de
enseñanza primaria o secundaria con internado, como el citado de las
Teresianas, el de las Carmelitas de Vedruna en ‘La Canóniga Vieja’, hoy
Cardenal Landázuri y, extramuros, los de San José de los Maristas y, a
su espalda, el de las Agustinas Misioneras con su moderno colegio Mayor,
homólogo del Miguel de Unamuno, radicado en San Pelayo, además de
Escuelas municipales de primaria como las citadas de Ponce o las del
Cid. Hasta el primer tercio del XX se añaden la escuela de Hermógenes
Carniago, en Serranos y, el colegio ‘Belinchón’, hoy Colegio Leonés que
completan el grupo junto a las entrañables y rigurosas clases
particulares de derecho desde las que, el humanista, polifacético, e
injustamente destituido, vilipendiado y olvidado leonés, Don Honorato
García Luengo, ayudó a formar una prestigiosa generación de abogados,
algunos hoy todavía vivos y casi centenarios. Sin olvidar academias como
Cervantes, Minerva o Lumen, o la musical Chopin, que llegan hasta hoy.
En suma, una ilustre realidad de la que no todos pueden presumir en sus
fiestas: ¡Que viva Santa Marina!
El agua en el viejo León entraba por Santa Marina
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 18/07/2015
Héctor-Luis Suárez Pérez
Mozo del barrio.
http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/agua-viejo-leon-entraba-santa-marina_994676.html
Foto gentileza Diario de León
La ciudad de León, durante siglos se ha abastecido de agua de
diversas procedencias. Las más recientes de los ríos Porma, Luna y un tiempo
antes del Torío. La necesidad de comodidad en su provisión y de mayores
cantidades de líquido elemento entre la tropa romana y el vecindario, obligaron
su captación en diversos manantiales sitos a escasa o relativa distancia en el
entorno campamental. Con posterioridad, desde estos lugares se canalizó hasta
la polis dando lugar «el agua de la traída». Pero esto no ha sido todo:
intramuros, en la antigüedad romana también se han aprovechado litros de
posible origen pluvial que eran recogidos en aljibes y otros depósitos. Además,
los leoneses se han servido de la extraída del propio subsuelo y sus abundantes
acuíferos. Un hecho que tomó forma a través de diversos ingenios como los pozos
y que, al igual que en otras zonas del casco viejo, todavía conservan varios
patios del caserío del Barrio de Santa Marina. Extramuros, la provisión acuosa
podía ser tomada de aquellos caudales que, alegre o mansamente, corrían a
través de las medievales presas de riego circundantes del amurallado perímetro
urbano. Cauces creados para propiciar la necesaria humedad que mantenía verdes
los prados y huertos del alfoz. Era el caso de la célebre presa de San Isidro
que, a modo de foso del castillo discurría por la Era del Moro, facilitando el
hidráulico funcionamiento del Molino Sidrón, todavía en pie.
Además, en lo funcional, la ancha presa posibilitaba una próxima
ubicación para el solaz de lúdicos baños infantiles, aportando así una
alternativa que evitaba el largo paseo hasta el río en aquellos años donde, en
lugares como el pilón de San Isidoro la inmersión no era posible, salvo que te
tirasen… y en los que todavía las piscinas eran inexistentes. Una cotidiana
situación que se prolongó en el tiempo hasta los años de infancia de mi padre –
también del Barrio-, en el primer tercio del XX. Como se puede comprobar a
través de la fotografía, en aquel no lejano momento histórico, la rapacería
también alternaba espacio y chapoteos con incontables coladas generadas por
legiones de lavanderas. Muchas probablemente de Ferral, que eran las más
renombradas. Pero en este elenco evocador no se puede olvidar la mención a los
pozos artesianos, entre ellos el mítico y todavía existente caño Santa Marina o
del Arco la Cárcel. Ni tampoco a las fuentes y manantiales del extrarradio y
otras zonas más alejadas, entre ellas las de La Copona, el Monte de San Isidro
o los Altos de Nava desde donde, «a cantaros», el agua se recogía por los
aguadores locales.
Así que, primero por nuestros antepasados de
la época romana y luego promovida por el ilustrado y popular monarca Carlos
III, desde las fuentes y charcas otrora existentes en las inmediaciones de la
Laguna Cantamilanos y el llamado Alto de la Nevera, en la carretera de
Asturias, el agua se recogía y bajaba sobre una ancha tapia que, a modo de
acueducto, atravesaba prados donde años más tarde se edificarían los Maristas y
las actuales casas militares, para llegar a Puerta Castillo. Estratégico lugar
en el cual, merced a las acuáticas salubres intervenciones de Carolo el
Fontanero se ubicó además la enorme arca principal de recogida, en 1785.
Depósito todavía mencionado por Madoz, que ostentaba el llamado Caño del Arca,
visible hasta la construcción con sus restos del actual arco de paso peatonal
en el interior de la muralla hace unos veinticinco años. Un almacenamiento
desde donde el agua corriente se distribuía a toda la ciudad, sus palacios,
caños, fuentes y pilones, a través de dos arterias —una por San Isidoro y otra
por el Convento de las Clarisas—. Vías realizadas primero al estilo y diseño
romano —con alguna tubería metálica o cerámica y de canalizaciones a base de
tégulas y opus cimenticium— y, con posterioridad, ya desde el siglo XV
entubadas en plomo u otro metal. Dicho lo cual, podemos afirmar con orgullo
que, el agua «de la traída», durante siglos ha entrado en la ciudad de León por
la parroquia y el Barrio de Santa Marina la Real. Todo un honor, «con lo que en
el barrio también gusta el vino», sobre todo en las fiestas y en su zona del
Romántico.
Pues bien, parte de aquellas canalizaciones
romanas —todavía conservadas y visitables en el barrio, aunque en su nueva
ubicación frente a la Diputación, en el Jardín del Cid—, dio la casualidad que
se excavaron en los veraniegos días de una de aquellas ediciones de fiestas del
barrio, en el arranque de los ochenta. Como quiera que el campo arqueológico
urbano, sin vallar, y el campo de las danzas y demás jolgorios coincidieron en
ubicación, alguna que otra graciosa anécdota surgió cada noche de fiesta. En
especial, cuando la madrugada despertaba. Para dar más aliciente, por aquel
entonces en los almacenes municipales no existía chapa suficiente para tapar la
totalidad de la extensión de la arqueológica zanja surgida —de algo más de un
metro de ancho y otro tanto de hondo— y que discurría a lo largo de toda la
acera de Puerta Castillo, desde el Arco hasta la entrada de la antigua capilla
de los Descalzos. Menos mal que frente a las escaleras de la cárcel vieja, que
era el punto alto empleado como escenario, y en la zona del inolvidable puesto
de los melones y sandías, se colocaron las planchas existentes permitiendo así el
bailoteo del personal sin que entre los bailarines alguien cayera «al abismo».
Pero tampoco las vallas amarillas eran suficientes para cerrar el
resto de furaco no tapado, por lo cual, todas las noches éstas misteriosamente
acababan en el interior de la zanja. A ello se añadía en la época la
insuficiente iluminación y el alumbramiento interior que muchos de los
asistentes a las concurridas verbenas y demás actos adquirían en la magnífica
tasca de la comisión de mozos. Oráculo del bebercio ubicado en el rinconín de
la plaza donde hoy hay una mosca enorme de Arrollo. Por tanto, la pista
americana para todo tipo de simpáticas acrobacias y debates parlamentarios
sobre la situación de la obra, estaba servida. En honor a la verdad y a la
memoria, prácticamente no hubo cliente de la cubatera barra, fuera o no vecino
del barrio que, en el fragor de la torrija no explorase en cierta ocasión el
fondo de la lúdica y cargada de historia trinchera. Incluso alguno tirándose de
narices todo lo largo que era para acto seguido regresar al relleno de su
consumición allí vertida. Tampoco faltaron a la sombra del enramado Pelayo un
variado abanico de los que se zambullían con todo el equipo al regresar al
abrevadero desde la acera de enfrente, donde Benavides, que era el lugar en el
cual se hallaban los puestos de tiro de escopeta de perdigón, tómbolas y la
rifa de perros piloto y de enormes cachas rellenas de caramelos atendida por el
feriante Barata, de las Ventas.
Hubo cada mañana en la zanja más caramelos que agua en sus buenos
tiempos, con el consiguiente y lógico cabreo de los arqueólogos —entre ellos
Fernando, muchos años profesor del Colegio Leonés— y la alegría de la gente
menuda. Y todo eso, en una casi milenaria conducción acuática, ya sin agua.
Vamos, que los mozos de Santa Marina, en un castizo barrio leonés como se ha
visto tan relacionado con el agua y lo que no es agua, nos adelantamos treinta
años a los castillos hinchables, pero en superficie más dura… y también a los
parques acuáticos, y a las performances, y al surrealismo callejero…
¡Felices fiestas del barrio de gente más fina que habita en León!
¡Viva Santa Marina!
Artículo de 1901 sobre las Fiestas del Barrio en el periódico El Porvenir de León (arriba) y foto y titular en Diario de León de 1982 donde aparecen los mozos y el magnífico mazapán "de más huevos" de León que se realizaba con motivo de las fiestas (abajo)
Fotos del monumental Mazapán de las fiestas de Sta, Marina 1983 y tradicional recorrido con el mismo por el barrio en 1981. Gentileza col. José Luis Alonso de Santiago y col. del autor.
Santa Marina: «La fiesta de barrio con más huevos»
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 18/07/2010
Héctor-Luis Suárez Pérez
Musicólogo y en su día «mozo del barrio».
Santa
Marina: «La fiesta de barrio-¦ con más
huevos» ( Diario de León -
18/07/2010 )
El Arco de la Carcel o de Santa Marina, en Puerta Castillo (León). Pelayo con la espada hacia abajo y en su brazo izquierdo ¿podría ser una bandera de España sin desplegaro, atendiendo a la costumbre en tal línea? un objeto seguro presente resto de las fiestas de ese año
Foto colección La Gafa de Oro Gentileza Filmoteca Castilla y León .
Comenzó la primera de las últimas y recientes etapas de puesta en valor
o recuperación de las castizas fiestas del Barrio de Santa Marina en
la primavera de 1980. Todo se debió a la iniciativa del entonces párroco
de Sta. Marina «La Real», D. José María Barrero, cariñosamente conocido
como «el Chema» por quienes conformábamos la juventud parroquial de
aquel entonces. Su ocurrencia implicaba un pensado modus operandi de
«personalísima intervención pastoral parroquial».
Éste se
manifestaba a través de la organización de algún tipo de sencillo y
participativo festejo popular de honra a nuestra querida y gallega
patrona su aparentemente inocente planteamiento original, la propuesta
debía de servir tanto de aglutinante como de revulsivo social y
religioso de su parroquia y por tanto del barrio incluido en ella. Un
antañón conjunto éste, sito en el mismo centro de la ciudad y mutado por
el paso del tiempo en la compleja configuración social que manifestaba
en aquellos controvertidos tiempos de cambio. Arrancó el proyecto tras
quince o dieciocho años de letargo festivo forzados por tal complejidad
vecinal, el envejecimiento o la inactividad y falta de iniciativa
moceril festiva. Tímidamente, planteado «a título parroquial» y a modo
de prueba, casi sin tiempo para su gestión, el bueno de Don José María
se puso manos a la obra. Con una fórmula tan vieja como eficaz, su
estrategia se esbozó correcta e intuitivamente desde planteamientos
puramente antropológicos heredados de la costumbre. Los mismos giraron
en torno al fomento del refuerzo identitario colectivo, a partir de la
participación en una empresa común - en éste caso, provocada por la
puesta en valor, dignificación y rescate de la tradición festiva
patronal propia, perdida por la comunidad-. No malició el promotor las
consecuencias en el paisanaje de su en apariencia inocente «tejemaneje» y
por tanto, el resultado resultó un revulsivo, sí, aunque no totalmente
en la línea que el clérigo pretendía.
Pero a pesar de la escasa
publicidad, el proyecto parroquial quedó al albur de la severa y crítica
observación del sorprendido, siempre bueno y como se ha dicho,
controvertido vecindario. Conjunto humano castizamente concienciado
sobre el tema, además de auto considerado ferviente portador vivencial
de la ortodoxia en la tradición festiva al respecto. Por tanto y como si
de una obra de Berlanga o un episodio de «Don Camilo» se tratase, la
polémica quedó servida para algunos sectores y el tema se abrió al
cómico debate surrealista en los naturales y convenientes foros de
costumbre. Es decir, para los varones la barra de bares o tabernas y
para las señoras, superada la época del caño y el lavadero, el mostrador
de panaderías, tiendas de ultramarinos, etc. Sin resolver nada
finalmente, como también es costumbre, antes y después de la
celebración, los polemistas «se pusieron las botas» a opinar y debatir
de modo cósmico, activa y acaloradamente asuntos como la esencia de la
fiesta del barrio, la licitud y conveniencia del protagonismo del
párroco, el color clarete del vino-¦, las carencias, novedades y
aciertos del programa frente a tiempos pasados, así como lo que más se
echó de menos: «el ramo del Pelayo», «la carrera de la rosca», «la
hoguera», etcétera Recuérdese que, como ya comenté en algún artículo
precedente, «ser de Santa Marina» era y es para muchos de sus moradores o
nacidos en él - entre los que, si se me permite, me incluyo- un honroso
blasón de marcado sentido de adscripción grupal en la tradición local
capitalina. Sentimiento compartido por otros barrios históricos.
Pues bien, en medio de tan prototípica panorámica general «a la
leonesa» y con «oídos sordos» a la misma, varias fueron las particulares
ideas de Don José para salvar la ocasión. Así, con el soporte logístico
y humano de «los monaguillos» y de los integrantes de los grupos de
jóvenes parroquiales, el también controvertido clérigo de sotana diseñó
un sencillo conjunto de actos alrededor de la vespertina Misa Mayor del
sábado. Actos que, finalmente y de modo casi súbito para esa edición
festiva, verían su materialización a través de un flamante, sorprendente
y esperado programa de fiestas, a la par que breve. Eso sí, por
supuesto, carente en sus contenidos de baile y de otros inevitables
actos tradicionales «sospechosos de promover agresiones a la moral y
faltas de recato». Trasnochados argumentos para hoy que entonces
«pesaban mucho».
Para hacer realidad dicho programa festivo
varios entusiasmados adolescentes parroquiales editamos un naif programa
de fiestas. Artesanal en su factura a multicopista, resultó de edición
más que correcta gracias a la impagable colaboración de los PP.
Agustinos y en concreto a la paciencia del entonces joven y montañero P.
Isaac Insunza. Se presentaba dotado de escasa publicidad y en formato a
tamaño folio, a una tinta sobre hojas de colores, que le aportaban
variedad. El «programa azul», sorprendió a los parroquianos y se
repartió por todos sus domicilios para, como era costumbre, obtener las
oportunas propinas paliativas del gasto. Su contenido se desglosaba
enfocado a recuperar y poner en valor varias tradiciones del barrio,
algunas de índole gastronómica y relativas también a festividades de
Santa Marina provinciales. Entre ellas el reparto de la apañada y
efectiva «limonada leonesa», bien fresquina, y el de «arroz con leche»,
ofrecido por varias vecinas y típico en algunas mesas como postre del
día de Santa Marina. Pero al buen párroco, el conjunto todavía le
parecía poco original y no se le ocurrió otra cosa para salir de la
rutina que ofrecer a la patrona algo que llamase la atención de todos:
un enorme mazapán. Postre argumentado en la usanza de un pueblo de la
provincia vinculado en su historia medieval a las posesiones del
desaparecido y otrora poderoso Monasterio de Santa Marina, antecesor de
esta parroquia.
La simpática novedad y «embolao» del cura retó
la capacidad profesional del maestro pastelero Campazas, de San Mamés,
gracias a quien ¡cobró vida el mazapán!. Eso sí, no falto de
problemillas como la realización del propio molde o los emanados de la
responsabilidad que de su buen oficio demandaban el diseño, las
dimensiones y un rico resultado. Algo que, por cierto, logró de modo
magnífico, pues muchos recordamos todavía su reparto... Parecía
incomprensible que la troceada multitud de esponjosos pedazos del enorme
dulce - unas mil raciones -, desapareciera en tiempo record.
Conseguida la colosal obra repostera, para dar juego al evento y
procurar su difusión, ocurriósele al buen párroco acompañarla de un
sonoro y festivo paseo previo a la misa. Así, a modo de sorollesca
«procesión de los panes» en los murales de la Hispanic Society de New
York, perjeñó el asunto, aunque portando el roscón en parihuela, sin
pendones - recuperación que también rondó su iniciativa, pues se
conservaba la vara- y sin imagen patronal, ni cruz y ciriales. De tal
guisa, en una soleada tarde de julio, cobró realidad el planteamiento
acompañado con los machacones sones del reclamo heráldico de una
improvisada y voluntaria banda de cornetas y tambores. Integrada por
componentes y excomponentes de la Banda de Minerva oriundos del barrio,
con instrumentos cedidos por su entonces seise, el inolvidable «Oscarín
Trobajo».
Durante el cortejo por las calles próximas a la
parroquia, el enorme presente resultó acompañado inesperada y
espontáneamente por algunos vecinos. A título de anécdota, varios
vecinos, desorientados por la novedad, la falta de propaganda y ante la
ausencia de cruz y ciriales, recibieron el evento como si de un festivo e
idolatra acto pagano de exaltación popular del gran «roscón» se tratase
y no como improvisada presentación de ofrenda para su oportuna
bendición en la misa posterior, tal y como pretendía el inocente D. José
María. Eso sí, previa también a su cristiano reparto siguiendo el
criterio de «cucharón y paso atrás».
No resulta extraño que,
ante tan excepcional e inesperado acontecimiento, en un barrio castizo
como éste, la ironía popular no se hiciera esperar, surgiendo el
chascarrillo de modo espontáneo. Así y derivado de las detalladas
explicaciones numéricas a propósito de los ingredientes del enorme
roscón, por las que el honrado pastelero indicaba que tenía más de dos
mil huevos, se generó aquello de que Santa Marina era «el barrio que
tenía más huevos-¦ para hacer y procesionar un mazapán».
La
participación vecinal y los comentarios que los mayores nos hacían,
dieron pie a que el año siguiente los mozos formásemos una comisión y
rehiciéramos la fiesta ya con todas sus peculiaridades tradicionales
naturales, incluido el novedoso mazapán -¦ «de los huevos». Un roscón
que no dejó de traer p olémica pues el buen párroco, un año más tarde y
debido a nuestra inclusión del baile, no accedió a dejarnos «sus»
moldes a los mozos para su elaboración ni a celebrar la misa.
Tradición y orgullo de barrio: Santa Marina
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 19/07/2009
Héctor-Luis Suárez Pérez
Musicólogo
Tradición
y orgullo de barrio: Santa Marina ( Diario de León -
19/07/2009 )
La
"presa de San Isidro" que serví de foso y regaba las huertas en el
actual centro de León dirigiéndo su cauce hacia el Molino Sidrón, en la
Era del Moro, delante de ella. Foto colección Instituto Leonés de
Cultura. Gentileza Diputación León.
Antes que nada, quisiera resaltar a través de este artículo como
todavía en la actualidad la celebración de la fiesta de barrio
constituye un importante hecho de notable interés para el etnógrafo y el
antropólogo, planteado desde múltiples perspectivas. Al tratarse de
una manifesta ción lúdico-social, fruto de un sentimiento y trabajo
colectivos y además, caracterizada por su marcado vínculo a un grupo
vecinal concreto, su desarrollo genera actividades peculiares que
contribuyen a reforzar ese atractivo interés. Y lo hacen tanto por su
singularidad en el diseño, hecho diferencial que las caracteriza y
distingue frente a otras similares, obra de otros grupos locales, como
también inevitablemente, lo hacen en base al desarrollo de los aspectos
vivenciales compartidos que desencadenan y que refuerzan los lazos
afectivos entre sus protagonistas.
Pues bien, un año más, con el
ecuador del verano, el cálido mes de julio acerca la fiesta al Barrio
de Santa Marina. Castizo y singular, su angosto espacio físico
representa uno de esos pocos reductos de nuestra vieja capital que
continúa manteniendo vivo entre muchos vecinos y leoneses ese peculiar y
entrañable orgullo de pertenencia al mismo. Sentimiento cu asi tribal
que, misteriosame nte en nuestra contemporaneidad, todavía allí se
siente y palpa vivo como honorífico marchamo de estirpe. Un blasón
vigente tanto entre muchos de sus actuales moradores, como por supuesto y
por tradición, entre los que en su día lo fueron, allí nacieron y se
criaron. Vamos, que con ello nos hallamos ante lo que, en términos
técnicos, el profesional del ramo de antropología o de las ciencias
sociales valoraría como un aspecto vinculado al «grado de adscripción
étnica» de un grupo social. Concepto éste clara y castizamente
ejemplificado a través de aquella voz popular que canta: «Somos de Santa
Marina, la gente más fina que habita en León-¦».
Pues bien,
precisamente para el erudito, uno de los marcadores de este tangible
«nivel de relevancia social» despertado por tan «identitario» asunto, se
fundamentaría en dos diferentes modos de manifestarse. Uno representado
por la aludida característica de afirmación en el sentimiento colectivo
de «orgullo patrio». Otro, planteado como consecuencia directa del
aspecto anterior, que atiende al hecho por el cual, en la actualidad,
algunos entusiastas vecinos del barrio todavía sean capaces de promover y
mantener vivas iniciativas y acontecimientos colectivos tradicionales
importantes, propios de comportamientos vitales hoy en desuso en
entornos urbanos y consiguiendo cierto grado de continuidad.
Por
tanto, frente a una realidad tradicional bien distinta no muy lejana en
el tiempo y repleta de eventos d e este tipo -fiestas de Santa Ana, de
San Mamés, de San Lorenzo-¦ -, y en la actualidad ante su escasez
dentro de nuestra ciudad, las fiestas del Barrio de Santa Marina
constituyen una auténtica reliquia de celebración vecinal. Una realidad
casi sublime para el investigador de las tradiciones populares locales,
que además surge desde la iniciativa popular y no desde la
institucional, en una ciudad de complicado perfil socio-participativo
como es el León de nuestros tiempos. Por ello, vaya un año mas desde
aquí mi enhorabuena y el aliento a los organizadores, su Asociación de
Vecinos del Barrio, con su presidente Hermenegildo a la cabeza,
extensiva también a todos los vecinos en general, a los participantes,
activos o pasivos y a los colaboradores tradicionales, como son la
Cofradía del Desenclavo o la Asociación de Hosteleros del Romántico, los
patrocinadores publicitarios y también al personal colaborador del
Ayuntamiento, por hacer bien su trabajo en relación al evento. E incluso
también como no, a quienes participen de la fiesta o lean estas líneas y
desp ués «comenten la jugada». Entre todos lograrán que no decaiga la
ilusión y que no se interrumpa el natural discurrir festivo anual.
Y expuesto esto, vamos a lo vivencial afirmando que Santa Marina
continúa siendo un barrio jaranero por naturaleza, con su centro del
jolgorio en la actualidad desplazado hacia las zonas de Torres de Omaña y
el romántico Parque del Cid. Gracias a este sentimiento festivo un año
mas el Santo Niño Pelayo, martirizado en Córdoba -que no el regio Don
Pelayo bastante anterior, como equivocadamente rebautizan algunos
despistados - volverá a adornarse con su verde y elegante ramo. Un ramo
que, siguiendo un operativo actualizado, hoy en día literalmente
resulta «puesto por el Ayuntamiento» y sus técnicos, lógicos sustitutos
de los arriesgados mozos trepadores del barrio de antaño.
En
aquellos tiempos, la subida a lo alto del Arco implicaba también consigo
el ascenso a cuestas de la pesada enramada y las banderas de León y
España, sin olvidar el cohete que, ya desde arriba, tirábamos al
terminar el adorno. Su explosión marcaba el inicio de la fiesta, momento
provocador del aplauso general de los asistentes e inicio oficial del
jolgorio. Pero el operativo citado no quedaba en el mero adorno vegetal
ancestral, ya que se completaba de otro rito consistente en poner hacia
abajo la espada de la pétrea y erosionada mano de nuestro santo niño
guerrero, en señal de tregua.
El Arco quedaba de la guisa
descrita durante unos días y hasta el final de las celebraciones,
momento triste en que regresábamos, también ceremonialmente, para
retirar todos los archiperres. Acto seguido, ya en el cercano corralón
de San Albito, procedíamos a quemar la descendida y seca enramada en la
hoguera tradicional de la noche de cierre de las fiestas de Santa
Marina. Era este un acto muy familiar y vecinal, numéricamente no muy
concurrido, que se desarrollaba alrededor del canto y baile, del
chocolate y la queimada. El broche lo ponía el canto del «Somos de Santa
Marina», despidiendo las últimas brasas. Con la quema del ramo se
cerraba el ciclo de este ancestral rito vegetal hasta una nueva edición.
Así había sido siempre. Leoneses y vecinos: ¡Viva Santa Marina!
¡Hoguera por Santa Marina!
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 18/07/2008
Héctor-Luis Suárez Pérez
UN
AÑO más llegamos al ecuador del séptimo mes y con él, la ancestral
celebración de las populares fiestas del castizo, Muy Ilustre y Real
Barrio de Santa Marina, de la capital legionense. Una cronología anual
ésta que, en relación con la devoción a dicha Santa, antaño y en el
entorno rural de nuestras comarcas, se ubicaba espacialmente en el
calendario del lenguaje coloquial a través de expresiones como «por
Santa Marina» o «por Santiago». Pero, en primer lugar aclaremos ¿quién
era Santa Marina?
La joven Marina, con su cacha y su palma de mártir, iconográficamente es
conocida también como «la San Miguel femenina» al presentar
alegóricamente bajo sus pies un dragón. Fue hija del gobernador romano
de Galaecia y Lusitania. Nació en el siglo II, según algunos cerca de
Pontevedra y según otros, en el orensano Xinzo de Limia. Cobró vida
fruto de un parto múltiple que atemorizó a su propia madre, ante los
posibles malentendidos de ilegitimidad que tal circunstancia pudieran
ocasionarle. Tal miedo la llevó a encomendar el destino de varias de
estas hermanas a una de sus criadas para así procurar su supervivencia.
La criada las educaría como cristianas. Pasado el tiempo su padre,
enterado de su existencia, les ofreció su aceptación oficial
-matrimonio, según otras fuentes- si abjuraban del cristianismo. Ante la
negativa, la joven Marina y sus hermanas fueron sometidas a tormentos a
los que milagrosamente sobrevivieron, ante lo cual a nuestra
protagonista le sería cortada finalmente la cabeza. Según la tradición
esto ocurrió en la actual localidad orensana de Santa Marina de Aguas
Santas, cercana a Allariz, así nominada por haber surgido un manantial
en el lugar donde la joven fue decapitada. Un lugar donde hoy se alza un
templo de origen románico dedicado a ella.
Por ello, hablar de esta arcaica festividad indefectiblemente nos lleva a
recordar que muchos son los puntos de nuestra provincia sensibles a
dicha devoción, entroncada en el medievo mas lejano.
En el caso
capitalino, ello se demuestra por medio de la existencia de este
entrañable barrio, geográficamente vinculado a parte del perímetro
campamental romano y medieval primitivo. No obstante, en la provincia no
es menos conocida y así por ejemplo, los coyantinos de pro, todavía
recuerdan su advocación gracias a la imagen de su popular «Cristo de
Sta. Marina», venerada talla oriunda de la desaparecida iglesia de tal
denominación. Un lugar donde como en la capital se hacía hoguera en esta
festividad.
Otras localidades provinciales ostentan igualmente su patronímico como
denominación local. Es el caso de la orbigueña Santa Marina del Rey o de
Santa Marina de Valdeón, en el cantábrico y famoso valle, por no
olvidar a Santa Marina del Sil, en la berciana ribera de dicho río.
También en el minero Bierzo Alto se halla Santa Marina de Torre, antaño
Santa Marina de Montes y, no lejana, al otro lado de los montes, está la
maragata Santa Marina de Somoza, antaño documentada como Santa Marinica
de Turienzo, asomada casi al borde del camino jacobeo. Por no olvidar a
la propia Santa Marinica, aguas abajo del Órbigo y aunque próxima al
mismo, sita ya en el altiplano de la comarca del Páramo. Sin obviar la
mención de varios lugares que la tienen por fiesta patronal, como por
ejemplo Igüeña, también en el Bierzo Alto, o el pueblo maragato de
Luyego, que celebra Santa Marina el primer sábado de mayo.
Curiosamente, en lejanos territorios sureños, otrora colonizados por
nuestros antepasados, también encontramos rasgos de esta devoción y de
esta fiesta patronal. En concreto en la Sierra de Aracena, entre Huelva y
Badajoz y en lugares como Cañaveral de León, también aparece la
parroquia de Santa Marina Mártir. Pero recordemos igualmente que del S
XIII es el gótico templo de Santa Marina de Sevilla, uno de los primeros
tras la conquista cristiana. Como también lo es su homónimo cordobés:
Santa Marina de Aguas, probablemente así sobrenombrada en recuerdo de
las tres fuentes que manaron en el lugar de martirio de la Santa. De
fundación en el mismo S XIII y por auspicio del Rey Fernando III El
Santo, dicho templo de Santa Marina, como en León, nomina uno de los
barrios más antiguos de la ciudad califal.
El cordobés pueblo de Fernán Núñez posee también otro ejemplo similar,
pues su templo actual del XVIII sustituye al primitivo del XIII. En la
provincia de Jaén, hay una localidad así denominada, como también en la
de Salamanca y en varios territorios asturianos y gallegos, que tienen
otro tipo de emplazamientos con este nombre, como ocurre en Ribadesella
con la playa de Santa Marina. Muchos de ellos, celebran sus fiestas
patronales coincidiendo asimismo con esta fecha del 18 de Julio. Es el
caso de Xinzo de Limia.
En León tenemos nuestras fiestas de Santa Marina y afortunadamente, tras
años sin celebración, podemos de nuevo disfrutar de las mismas gracias
al empuje y abnegada labor de la asociación de vecinos y su
universitaria cabeza visible Hermenegildo, ayudada por otros socios,
vecinos y colectivos como la cofradía del Desenclavo, también del
Barrio, así como en esta ocasión también con la colaboración de la
asociación de hosteleros de nuestro barrio, y esperemos que además con
el correspondiente apoyo municipal.
El pasado año, muy acertadamente, se recuperó la tradición del enramado
«del Pelayo», relacionada con arcaicos cultos vegetales, y año tras año
irá adaptándose y mejorándose en su realización uniendo tradición y
nuevas realidades de toda índole. Este año y en relación con estas
tradiciones ancestrales, probablemente no sería difícil rescatar la
famosa «hoguera de Santa Marina», donde cada vecino contribuía echando
como combustible trastos viejos, con todo lo que conllevaba tal acción a
nivel de interpretación simbólica y antropológica. Una hoguera que se
encendía en el Espolón o en la «era del moro», cerca de la presa y del
mítico «Molino Sidrón» -cuyo edificio por fortuna todavía se conserva
como algo único en el casco urbano y esperemos que por tiempo, aunque
muchos todavía desconozcan su existencia-. Como digo una hoguera que,
allá a principios del XX, según el alcalde Eguiagaray Pallarés, año tras
año rivalizaba en dimensiones y popularidad en nuestra ciudad con su
otra célebre competidora: la de Santa Ana. Pero, si no es para estas
fiestas, sin duda lo será para otra entusiasta edición, como también lo
serán la distribución del típico arroz con leche, «la carrera de la
rosca» en Puerta Castillo, o el enorme «mazapán de más huevos», por
mencionar algunas.
Felices fiestas a todos los nacidos, «criaos» y actuales vecinos del
barrio. Gracias a la comisión, colaboradores y patrocinadores. Y que,
además de este año, el que viene una vez mas todos podamos cantar
también codo con codo el tradicional
«Somos de Santa Marina, la gente
más fina que habita en León»
«Poner el ramo al Pelayo»
Seccción:Tribuna.
Diario de León, 14/07/2007
Héctor-Luis Suárez Pérez
Musicólogo
Don Pelayo coronando el Arco de la Carcel o de Santa Marina en Puerta Castillo (León).
Foto gentileza de Vivaleon.com
EN
NUESTRA ciudad, y tras el siglo XX, como ocurre en otras muchas de su
entorno geográfico, pocas son las tradiciones vinculadas a cultos
vegetales ancestrales que, a su vez y en relación con nuestro patrimonio
costumbrista local, han logrado sobrevivir al desuso y el olvido.
Manifestaciones éstas que, además, algunas ya en su día oportunamente
habían mutado, tornando en urbanos arcaicos vestigios propios de un
entorno rural natural.
La provincia y la propia capital, como numerosos
territorios del noroeste ibérico, han mantenido a lo largo del
calendario y ciclo anual múltiples restos correspondientes a este tipo
de manifestaciones, presentándose bajo diversos formatos y significados
en cada contexto, muchos otrora cristianizados. Véanse brevemente
varios ejemplos. Comencemos su desglose por hacer mención de algunos
ramos tradicionales, dotados como manda la costumbre de elementos
vegetales para su adorno. Ramos que con posterioridad a su factura son
ofrecidos y cantados a lo largo del año por todas nuestras comarcas. Es
curioso destacar que persiste en Cea la costumbre de realizar todavía
uno íntegramente vegetal, presentado sin bastidor de carpintero, que es
protagonizado por los quintos y quintas todos los años como ofrenda
cantada el día de la Candelaria.
Otro ejemplo genérico lo constituye, en relación con las bodas, el
tradicional adorno con enramadas de los pórticos de las iglesias. Así
como el de los portales de los domicilios de novio y novia, además del
propio «rastro» de paja, tendido en el itinerario comprendido entre la
iglesia y ambas casas. Por no olvidar además el embellecimiento vegetal
de carros, sillas y mesas de banquete, etc. según la costumbre de cada
pueblo o comarca, e incluso de la misma capital. Representan otra
expresión en esta línea los pequeños arcos vegetales que portan algunas
mozas en procesiones de romerías como la Virgen del Villar, en Carrizo
de la Ribera, o en el cortejo capitalino de las cantaderas, por
mencionar alguna. Algo parecido también tenía lugar en ceremonias, hoy
menos habituales, como eran las de la celebración «del cantamisa», o
ingreso al sacerdocio de un hijo del pueblo. Durante su vertiente
profana y festiva éste era obligado por sus vecinos, familiares y amigos
a sentarse en gestatoria silla enramada. Justo es mencionar que algo
similar también se verifica en los contenidos de las canciones
pertenecientes al repertorio de la novia, entre otras celebraciones, en
las bodas maragatas. Pero, a todo ello hay que añadir que, bien delante
de la iglesia o de la casa natal del religioso, era costumbre que los
mozos pinasen un mayo honorífico, con el chopo mas esbelto del contorno
comunal. El último en el barrio de Santa Marina en esta línea se realizó
allá por los años sesenta en los aledaños de la calle de la Hoz.
Otro tipo de ramos, ajenos al culto religioso aunque frondosos y
cuajados de lazos o adornos, eran y todavía continúan siendo llegada la
primavera y en especial en muchos pueblos durante la noche de San Juan,
los que los quintos del año, con nocturnidad y secreto, ponían a sus
novias o a las quintas, sujetos a sus balcones, puertas o cornisas.
Igualmente, el concluir la puesta del techo o tejado a una nueva
construcción, aún implica la colocación del ramo. Consiste en este
caso en una simple y frondosa rama, a veces acompañada de una bandera,
dispuestas en lo mas alto, que implican la consabida invitación a un
ágape a los amigos, vecinos y familiares, a modo de celebración.
Por su parte y bien con la llegada del mes de mayo, en muchos lugares de
la provincia, como entre otros ya recoge Cayetano Bardón a fines del
XIX en sus celebérrimos Cuentos en Dialecto Leonés relativos a tierras
orbigueñas, se pinaba el árbol pelado conocido como el mayo, ya aludido
anteriormente en su otra modalidad vinculada al homenaje al nuevo
sacerdote local, conocido como misacanto o misacantano. Mayo que en
algunos lugares, como tradicionalmente ocurre cada año en varios pueblos
del entorno de las riberas bañezanas del Jamúz, se dota de un pelele de
paja de perfil antropomórfico.
Tras el mes de mayo, viene la festividad del Corpus y muchos de los
lectores seguro que recuerdan como eran tapizados los pavimentos de los
respectivos recorridos procesionales a base de espadañas, tomillos,
retamas y otras hierbas aromáticas. Esto sucedía incluso en nuestro
vecino barrio de San Martín para el Corpus Chico de Minerva. Pétalos de
los niños de comunión, arcos en el recorrido, altares floridos, o ramas
apoyadas en las paredes del mismo recorrido sacramental, e incluso
alfombras vegetales, nos obligan, por razones de espacio, a cerrar esta
pequeña aunque incompleta panorámica.
Como colofón hay que añadir que,
desde tiempos romanos, como entre otros vestigios nos muestra la
arquitectura, las guirnaldas y enramadas vegetales han flanqueado
jubilosas tanto los desafiantes arcos de triunfo, destinados a perdurar
en el tiempo por su factura en piedra, como sus homónimos de carácter
efímero. Es el caso de los que en su día se erigieran provisionalmente,
por ejemplo, en Ordoño II y durante el siglo XX, en honor del rey
Alfonso XIII o del general Franco, con motivo de algunas de sus visitas a
esta localidad. Pero todo este preámbulo halla su justificación en
subrayar la fortuna de la que ha disfrutado nuestra ciudad, al haber
podido conservar vivo hasta los años sesenta del pasado siglo, un
vestigio relativo a dicha tradición festiva y vegetal de las enramadas
de monumentos. Me refiero a la puesta del ramo del Pelayo. Costumbre que
efímeramente fue retomada desde 1980 hasta 1985 por algunos mozos del
barrio, entre los que en su día me encontré, y que para satisfacción de
muchos, resurgirá en la actual edición festiva del barrio de Santa
Marina. Eso sí, gracias al hecho de haberse recuperado meses atrás la
imagen del «Pelayo» coronando el arco. Por cierto, flamantemente
restaurada por nuestro querido Valentín Yugueros.
Sobre este asunto y
para llevarlo a efecto del modo óptimo, quizá de cara a próximas
ediciones, habrá que estudiar como conjugar procederes y maneras
dictadas por la tradición y escrupulosísimas intervenciones respetuosas
con la legislación vigente sobre la protección del patrimonio
histórico-artístico y la del patrimonio natural y medio ambiente.
Pero, aunque como resulta lógico y obvio por lo dicho, en la actualidad y
a diferencia de antaño ya no se debe consentir el trepar anárquicamente
al arco a una tropa de «alegres» mozos portando «a pelo» dieciséis o
dieciocho metros de enramada. Enramada mas o menos gruesa y destinada,
tras ser paseada a bombo y platillo cívica y procesionalmente por las
calles del barrio, a coronar la entrañable imagen «del Pelayo» y los dos
pináculos que la flanquean. Monolitos ambos que a la par eran dotados
de sendas banderas de León y España. Y sin olvidar el bajar la espada
del guerrero en señal de tregua, mientras se tiraban cohetes desde esa
altura y entonábamos con los de abajo el «Somos de Santa Marina¿», como
preámbulo a la hoguera, el enorme «mazapán de mas huevos», el arroz con
leche, la queimada y el chocolate, la carrera de la rosca, las verbenas¿
Por esto, hay que felicitar y alentar a la Asociación de Vecinos del
barrio de Santa Marina, así como a todos los vecinos en general, por
que, entre otras iniciativas, se halla hecho el esfuerzo de contribuir a
la recuperación de una tradición que forma parte de nuestro innegable
patrimonio inmaterial y costumbrista relativo al género de
manifestaciones vegetales expuestas.
Imágenes gentileza de José Luis Alonso de Santiago y el archivo de la Cofradía del Santo Cristo del Desenclavo (León) tomadas en las fiestas de 2016. En ellas aparece el "ramo", su traslado ritual hasta el Arco de Puerta Castillo, donde se coloca, el acto del pregón - en esa edición a cargo del autor de éste blog -, el reparto popular del mazapán y la mistela y varios bailes y actividades programadas para el evento. Todo publicado en https://www.facebook.com/groups/729589177216585/permalink/853113844864117/